lunes, 4 de junio de 2012

Reafirmamos nuestra perspectiva feminista socialista

Discurso de Patricia Ramos Con, del Comité Central, con ocasión del Acto del 35 aniversario de la fundación del PRT de Costa Rica.

En septiembre del 2006 el XVIII Congreso del PRT decidió cambiar nuestro nombre, desde ese momento pasamos a denominarnos Partido Revolucionaria de las Trabajadoras y los Trabajadores. Podría parecer poca cosa, pero no lo es,  porque  el cambio de nombre significaba una forma de hacer justicia a las mujeres, largamente invisibilizadas “por la palabra y en la palabra” como diría Yadira Calvo.  Este hecho marca un salto político en el PRT pues se acompaña con un compromiso de trabajar por la incorporación real de las mujeres en el Partido en condiciones de equidad y promoviendo su liderazgo. 

No ha sido un trabajo fácil, por la socialización de género  y las condiciones de vida que le impone a las mujeres el patriarcado y el capitalismo, sino también porque las mismas organizaciones de izquierda y sindicales siguen teniendo un funcionamiento y métodos que en lugar de acercar a las mujeres, las alejan

Posteriormente, gracias al ingreso y promoción de una nueva generación de mujeres jóvenes dirigentes en el Partido, hemos alcanzado varios logros: un  Comité Central con mayoría de mujeres, una Comisión de mujeres que funciona como órgano permanente y un discurso y una práctica consecuente por la participación de las mujeres en los órganos de dirección de los sindicatos en que intervenimos, por ejemplo: la CGT, el SINDEU, el SISSS.

Además hace alrededor de dos años iniciamos una discusión en el seno de la LIT-CI que nos ha permitido innovar y desafiar posiciones conservadoras en la materia.  El año pasado nuestra camarada Yuri Alfaro, destacó como delegada del PRT en el X Congreso Mundial de la  LIT-CI, exponiendo y defendiendo con gran propiedad las tesis feministas socialistas en el seno de nuestra organización internacional.

Efectivamente creemos que no puede existir un verdadero Partido y una Internacional revolucionaria sin la participación decisiva de las mujeres trabajadoras; sin embargo en las filas de los partidos de izquierda se continúan reproduciendo patrones de la sociedad patriarcal y conductas machistas, y se deja de lado el hecho innegable de que las mujeres somos las que sufrimos más de cerca la violencia y la barbarie del sistema capitalista, que se hace cada vez más brutal, tal y como se expresa de múltiples formas con el hostigamiento sexual, con el incremento sostenido de las víctimas de femicidio y la trata, que se ha convertido en uno de los negocios más rentables que somete a gran cantidad de mujeres a nuevas formas de esclavitud, en sus diversas manifestaciones: laboral, sexual y matrimonial.

El capitalismo ha logrado maximizar sus ganancias, no solo mediante la sobreexplotación de la mujer asalariada, sino también a partir del trabajo doméstico impago, impuesto a la mujer en función de su rol reproductivo en la familia nuclear, de forma que, como muchas compañeras que está aquí lo entenderán muy bien, las mujeres trabajamos con puestos subvalorados, con salarios inferiores a los que pagan a los hombres, pero también trabajamos duramente en nuestras casas haciendo las tareas domésticas, cuidando a nuestros hijos e hijas, ancianos y familiares enfermos, y como el dinero no alcanza, realizamos además trabajo informal  (vendemos productos Avon, joyería, ropa interior, etc). Esto implica que no puede entenderse ni tratarse de igual forma a un hombre y a una mujer, aún cuando ambos pertenezcan a la clase obrera, pues sus condiciones en la estructura social son  desiguales, no solo en referencia a la clase sino también a los roles de género.

Entender esto, desde nuestro punto de vista implica luchar por liberar a la mujer del trabajo doméstico impago, proponiendo colectivizarlo, y en lo inmediato, haciendo día a día el esfuerzo por asumirlo con equidad entre hombres y mujeres, en una  perspectiva transformadora, lo que supone desmitificar el mandato de la maternidad y la crianza de las y los hijos como un  destino manifiesto o natural de las mujeres, y apoyar firmemente su derecho a decidir sobre su propio cuerpo y su sexualidad, lo que implica el derecho a interrumpir voluntariamente el embarazo. Además esto significa reconstruir las relaciones entre camaradas a lo interno del Partido, no solo asumir una labor conjunta de empoderamiento de la mujer, sino también erradicar toda forma de discriminación y violencia.

Si las mujeres trabajadoras son los destacamentos más explotados y oprimidos de la clase obrera y el pueblo, justamente ello encierra  a su vez el gran potencial y capacidad de lucha de las  mujeres trabajadoras. El ejemplo de valentía de las compañeras que enfrentan diariamente la pobreza y luchan por sacar a sus hijos adelante como trabajadoras domésticas, como asalariadas o como trabajadoras informales, se ve reflejado en que son las primeras en las luchas por vivienda, en la lucha por defender sus chinamos de la embestida de la policía municipal en las calles josefinas, y también son las primeras en cerrar calles para exigir al gobierno mejores puentes o  el cese del cobro injusto del peaje a Autopistas del Sol.

Suele afirmarse que gracias a la socialización de género que nos embrutece y domestica, se nos ha convertido en personas sumisas (al estilo de “calladita más bonita”) que además en nuestro entorno y en nuestro rol de madres, reproducimos el sistema patriarcal capitalista, pero lo cierto es que en estos tiempos de crisis, cuando surgen grupos de jóvenes desilusionados y desempleados como “los y las indignadas” y cuando en Europa se levantan miles de trabajadores y trabajadoras exigiendo que no se apruebe la contrarreforma laboral, mujeres trabajadoras de todo el mundo han demostrado su combatividad y sentido revolucionario. Recordemos que en las grandes revoluciones, las mujeres oprimidas, con frecuencia alejadas o impedidas de participar de la esfera pública de la política,  a  pesar de no ocupar puestos de dirección, han jugado un papel decisivo en los momentos álgidos. Fueron las pescaderas de París las que encabezaron la marcha hacia Versalles y la toma de la Bastilla en la Revolución Francesa, recordemos a Louise Michel en  la Comuna de Paris, a Lucy Parsons que encabezó la campaña en defensa de los mártires de Chicago, a las mujeres textileras, encabezadas por Clara Lemlich, que en 1910 escribieron una de las páginas más memorables del movimiento obrero norteamericano con el “levantamiento de las 20.000”, y a las obreras rusas que fueron las que iniciaron la oleada de huelgas que desató el movimiento de masas que condujo a la Revolución Rusa.

Paradójicamente, entonces,  las mismas cadenas que esclavizan a las mujeres en el rol reproductivo y en el trabajo doméstico, y que las hace soportar en sus centros de trabajo el hostigamiento sexual y en sus casas la violencia por parte de sus parejas, son las condiciones objetivas  que las impulsan a luchar.  La experiencia nos demuestra que cientos de mujeres obreras,  cuyos nombres no conocemos porque siguen siendo invisibilizadas, irrumpen en la Historia, impulsadas por la necesidad concreta de defender y resguardar a sus hijos del hambre, de la falta de casa, de la miseria. Y aunque podríamos pensar que actúan así por cumplir con el rol estereotipado que “las obliga a ser buenas madres”, lo cierto es que ese mismo impulso es el que las hace enfrentarse a las condiciones de miseria y desilusión que impone el sistema capitalista. En ese momento, deja de importar si es un delito invadir un terreno ocioso propiedad de un terrateniente, si es un delito tomar un calle para protestar por los agroquímicos que vierten en los ríos las compañías piñeras, o si es causal de despido ir a huelga en un hospital público, pues todo esas imposiciones de derecho burgués se ven barridas por  el fragor de la lucha, de una forma más rápida de lo que podría alcanzarse con horas de formación meramente intelectual.

Como marxistas revolucionarias, reafirmamos que el sujeto social de la revolución es la clase trabajadora, como caudillo de la alianza social revolucionaria de todos los sectores oprimidos , lo que conlleva colocarnos al lado de los sectores más explotados y oprimidos, que son precisamente las mujeres trabajadoras. Al  mismo tiempo debemos educar a los hombres trabajadores para que reconozcan el carácter absolutamente contrarrevolucionario de la opresión patriarcal y hagan suyo el programa feminista socialista e impulsemos juntos y juntas la tareas de la emancipación social, no solo con respecto a la destrucción del sistema capitalista, sino también del patriarcado, que le es funcional e indispensable para su dominación. De este modo luchamos por unificar a las y los explotados y oprimidos, procurando su más amplia movilización revolucionaria.

Esto no es cualquier cosa, pues implica, parafraseando a Marx, “que no pude liberarse quien oprime a otro”. No existe posibilidad de avanzar hacia posiciones revolucionarias consistentes, sin considerar que existe  también opresión a lo interno de la casa, del  movimiento obrero y popular, del sindicato y del mismo partido, lo que debemos combatir todos los días En la medida en que se mantenga la violencia, la discriminación y la humillación contra compañeras trabajadoras por parte de sus parejas y compañeros, la clase dominante se perpetúa y fortalece, y en contrapartida, la clase obrera se divide.

Por eso es que, de la misma forma que los hombres trabajadores luchan contra su patrón y contra el Estado capitalista que los explota, deben combatir la ideologías retrógradas que impone el adultocentrismo, la xenofobia, el prejuicio contra la población gay, lesbiana, bisexual, transgénero, transexual y ante todo, la opresión contra las mujeres.    Ellas deberán dejar de ser “las proletarias del proletario”, como decía Flora Tristán en el siglo XIX.

Esta es nuestra bandera feminista socialista, por eso reafirmamos que, sin ubicar a la mujer en la primera línea del combate socialista, no se pueden sembrar los cimientos del verdadero socialismo.

¡Viva el feminismo socialista!

¡Paso a la mujer trabajadora!

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