En
septiembre del 2006 el XVIII Congreso del PRT decidió cambiar nuestro nombre,
desde ese momento pasamos a denominarnos Partido Revolucionaria de las
Trabajadoras y los Trabajadores. Podría parecer poca cosa, pero no lo es, porque
el cambio de nombre significaba una forma de hacer justicia a las
mujeres, largamente invisibilizadas “por la palabra y en la palabra” como diría
Yadira Calvo. Este hecho marca un salto
político en el PRT pues se acompaña con un compromiso de trabajar por la
incorporación real de las mujeres en el Partido en condiciones de equidad y
promoviendo su liderazgo.
No ha sido
un trabajo fácil, por la socialización de género y las condiciones de vida que le impone a las
mujeres el patriarcado y el capitalismo, sino también porque las mismas
organizaciones de izquierda y sindicales siguen teniendo un funcionamiento y
métodos que en lugar de acercar a las mujeres, las alejan
Posteriormente,
gracias al ingreso y promoción de una nueva generación de mujeres jóvenes
dirigentes en el Partido, hemos alcanzado varios logros: un Comité Central con mayoría de mujeres, una
Comisión de mujeres que funciona como órgano permanente y un discurso y una
práctica consecuente por la participación de las mujeres en los órganos de
dirección de los sindicatos en que intervenimos, por ejemplo: la CGT, el
SINDEU, el SISSS.
Además hace
alrededor de dos años iniciamos una discusión en el seno de la LIT-CI que nos
ha permitido innovar y desafiar posiciones conservadoras en la materia. El año pasado nuestra camarada Yuri Alfaro,
destacó como delegada del PRT en el X Congreso Mundial de la LIT-CI, exponiendo y defendiendo con gran
propiedad las tesis feministas socialistas en el seno de nuestra organización
internacional.
Efectivamente
creemos que no puede existir un verdadero Partido y una Internacional
revolucionaria sin la participación decisiva de las mujeres trabajadoras; sin
embargo en las filas de los partidos de izquierda se continúan reproduciendo
patrones de la sociedad patriarcal y conductas machistas, y se deja de lado el
hecho innegable de que las mujeres somos las que sufrimos más de cerca la
violencia y la barbarie del sistema capitalista, que se hace cada vez más
brutal, tal y como se expresa de múltiples formas con el hostigamiento sexual,
con el incremento sostenido de las víctimas de femicidio y la trata, que se ha
convertido en uno de los negocios más rentables que somete a gran cantidad de
mujeres a nuevas formas de esclavitud, en sus diversas manifestaciones:
laboral, sexual y matrimonial.
El
capitalismo ha logrado maximizar sus ganancias, no solo mediante la
sobreexplotación de la mujer asalariada, sino también a partir del trabajo
doméstico impago, impuesto a la mujer en función de su rol reproductivo en la
familia nuclear, de forma que, como muchas compañeras que está aquí lo
entenderán muy bien, las mujeres trabajamos con puestos subvalorados, con
salarios inferiores a los que pagan a los hombres, pero también trabajamos
duramente en nuestras casas haciendo las tareas domésticas, cuidando a nuestros
hijos e hijas, ancianos y familiares enfermos, y como el dinero no alcanza,
realizamos además trabajo informal
(vendemos productos Avon, joyería, ropa interior, etc). Esto implica que
no puede entenderse ni tratarse de igual forma a un hombre y a una mujer, aún
cuando ambos pertenezcan a la clase obrera, pues sus condiciones en la
estructura social son desiguales, no
solo en referencia a la clase sino también a los roles de género.
Entender
esto, desde nuestro punto de vista implica luchar por liberar a la mujer del
trabajo doméstico impago, proponiendo colectivizarlo, y en lo inmediato,
haciendo día a día el esfuerzo por asumirlo con equidad entre hombres y
mujeres, en una perspectiva
transformadora, lo que supone desmitificar el mandato de la maternidad y la
crianza de las y los hijos como un
destino manifiesto o natural de las mujeres, y apoyar firmemente su
derecho a decidir sobre su propio cuerpo y su sexualidad, lo que implica el
derecho a interrumpir voluntariamente el embarazo. Además esto significa
reconstruir las relaciones entre camaradas a lo interno del Partido, no solo
asumir una labor conjunta de empoderamiento de la mujer, sino también erradicar
toda forma de discriminación y violencia.
Si las
mujeres trabajadoras son los destacamentos más explotados y oprimidos de la
clase obrera y el pueblo, justamente ello encierra a su vez el gran potencial y capacidad de
lucha de las mujeres trabajadoras. El
ejemplo de valentía de las compañeras que enfrentan diariamente la pobreza y
luchan por sacar a sus hijos adelante como trabajadoras domésticas, como
asalariadas o como trabajadoras informales, se ve reflejado en que son las
primeras en las luchas por vivienda, en la lucha por defender sus chinamos de
la embestida de la policía municipal en las calles josefinas, y también son las
primeras en cerrar calles para exigir al gobierno mejores puentes o el cese del cobro injusto del peaje a
Autopistas del Sol.
Suele
afirmarse que gracias a la socialización de género que nos embrutece y domestica,
se nos ha convertido en personas sumisas (al estilo de “calladita más bonita”)
que además en nuestro entorno y en nuestro rol de madres, reproducimos el
sistema patriarcal capitalista, pero lo cierto es que en estos tiempos de
crisis, cuando surgen grupos de jóvenes desilusionados y desempleados como “los
y las indignadas” y cuando en Europa se levantan miles de trabajadores y
trabajadoras exigiendo que no se apruebe la contrarreforma laboral, mujeres
trabajadoras de todo el mundo han demostrado su combatividad y sentido
revolucionario. Recordemos que en las grandes revoluciones, las mujeres
oprimidas, con frecuencia alejadas o impedidas de participar de la esfera
pública de la política, a pesar de no ocupar puestos de dirección, han
jugado un papel decisivo en los momentos álgidos. Fueron las pescaderas de
París las que encabezaron la marcha hacia Versalles y la toma de la Bastilla en
la Revolución Francesa, recordemos a Louise Michel
en la Comuna de Paris, a Lucy Parsons
que encabezó la campaña en defensa de los mártires de Chicago, a las mujeres
textileras, encabezadas por Clara Lemlich, que en 1910 escribieron una de las
páginas más memorables del movimiento obrero norteamericano con el
“levantamiento de las 20.000”, y a las obreras rusas que fueron las que
iniciaron la oleada de huelgas que desató el movimiento de masas que condujo a
la Revolución Rusa.
Paradójicamente,
entonces, las mismas cadenas que
esclavizan a las mujeres en el rol reproductivo y en el trabajo doméstico, y
que las hace soportar en sus centros de trabajo el hostigamiento sexual y en
sus casas la violencia por parte de sus parejas, son las condiciones
objetivas que las impulsan a
luchar. La experiencia nos demuestra que
cientos de mujeres obreras, cuyos
nombres no conocemos porque siguen siendo invisibilizadas, irrumpen en la
Historia, impulsadas por la necesidad concreta de defender y resguardar a sus
hijos del hambre, de la falta de casa, de la miseria. Y aunque podríamos pensar
que actúan así por cumplir con el rol estereotipado que “las obliga a ser
buenas madres”, lo cierto es que ese mismo impulso es el que las hace
enfrentarse a las condiciones de miseria y desilusión que impone el sistema
capitalista. En ese momento, deja de importar si es un delito invadir un
terreno ocioso propiedad de un terrateniente, si es un delito tomar un calle
para protestar por los agroquímicos que vierten en los ríos las compañías
piñeras, o si es causal de despido ir a huelga en un hospital público, pues
todo esas imposiciones de derecho burgués se ven barridas por el fragor de la lucha, de una forma más
rápida de lo que podría alcanzarse con horas de formación meramente
intelectual.
Como
marxistas revolucionarias, reafirmamos que el sujeto social de la revolución es
la clase trabajadora, como caudillo de la alianza social revolucionaria de
todos los sectores oprimidos , lo que conlleva colocarnos al lado de los
sectores más explotados y oprimidos, que son precisamente las mujeres
trabajadoras. Al mismo tiempo debemos
educar a los hombres trabajadores para que reconozcan el carácter absolutamente
contrarrevolucionario de la opresión patriarcal y hagan suyo el programa
feminista socialista e impulsemos juntos y juntas la tareas de la emancipación
social, no solo con respecto a la destrucción del sistema capitalista, sino
también del patriarcado, que le es funcional e indispensable para su
dominación. De este modo luchamos por unificar a las y los explotados y
oprimidos, procurando su más amplia movilización revolucionaria.
Esto no es
cualquier cosa, pues implica, parafraseando a Marx, “que no pude liberarse
quien oprime a otro”. No existe posibilidad de avanzar hacia posiciones
revolucionarias consistentes, sin considerar que existe también opresión a lo interno de la casa,
del movimiento obrero y popular, del
sindicato y del mismo partido, lo que debemos combatir todos los días En la
medida en que se mantenga la violencia, la discriminación y la humillación
contra compañeras trabajadoras por parte de sus parejas y compañeros, la clase
dominante se perpetúa y fortalece, y en contrapartida, la clase obrera se
divide.
Por eso es
que, de la misma forma que los hombres trabajadores luchan contra su patrón y
contra el Estado capitalista que los explota, deben combatir la ideologías
retrógradas que impone el adultocentrismo, la xenofobia, el prejuicio contra la
población gay, lesbiana, bisexual, transgénero, transexual y ante todo, la
opresión contra las mujeres. Ellas
deberán dejar de ser “las proletarias del proletario”, como decía Flora Tristán
en el siglo XIX.
Esta es
nuestra bandera feminista socialista, por eso reafirmamos que, sin ubicar a la
mujer en la primera línea del combate socialista, no se pueden sembrar los
cimientos del verdadero socialismo.
¡Viva el feminismo socialista!
¡Paso a la mujer trabajadora!
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