Feminismo Socialista

LA REVOLUCIÓN SOCIALISTA SERÁ FEMINISTA… O NO SERÁ

Documento presentado por nuestra compañera Patricia Ramos con ocasión de la Conferencia de Mujeres Radicales, realizada en la primera semana de octubre en San Francisco California, con la participación de mujeres socialistas, inmigrantes latinas, afrodescendiente, de pueblos originarios y asiático-americanas de los Estados Unidos, así como delegaciones de México, Centroamérica, Australia, Canadá y China.

Sobre la autora: Patricia Ramos Con, es abogada laboralista y feminista socialista. Desde muy joven participa como asesora legal para varias organizaciones sindicales. Es miembra fundadora de la Central General de las y los Trabajadores (CGT). Fue candidata a la vicepresidencia por Izquierda Unida en las pasadas elecciones del 2006. Actualmente es abogada del Sindicato de Empleados de la Universidad de Costa Rica (SINDEU) y abogada especialista en acoso y hostigamiento sexual del Centro de Investigaciones y Estudios de la Mujer (CIEM) en ese misma Universidad. Es además integrante del Comité Central del Partido Revolucionario de las Trabajadoras y los Trabajadores (PRT) de Costa Rica

El título de esta charla se inspira en una vieja frase del Ché Guevara, formulada en rechazo a la colaboración de clases que el stalinismo pretendía imponer con la tesis de que las revoluciones en América Latina y los países periféricos, debían limitar su programa a reformas democráticas y nacionales, sin conducir a la expropiación de la burguesía. Entonces, a partir de la experiencia cubana el Ché lanza desafiante la consigna: “La revolución será socialista… o no será”, que en su contenido se acerca empírica y parcialmente a la teoría y al programa de la revolución permanente de Trotsky. Pues bien, nosotras hoy queremos enfatizar que sin el liderazgo decisivo de la mujer trabajadora, sin una política y un programa feminista consistente, no podemos sembrar los cimientos del verdadero socialismo. Así que parafraseando al Ché, planteamos ahora la consigna: “la revolución socialista será feminista… o no será”. Veamos ahora cuáles son los fundamentos teóricos que sustentan nuestra afirmación.

1) Relación entre opresión de género y explotación de clase:

Muchas compañeras y compañeros se preguntan sobre el origen de la opresión de la mujer, y sobre la relación existente entre la explotación de clase y la opresión de género, o digámoslo de otra forma, entre el capitalismo y el patriarcado. Este debate no es ocioso, tiene profundas consecuencias en el programa y en el enfoque político que se le dé a esta cuestión.

En las primeras sociedades en que se impuso la explotación de clase para apropiarse del excedente económico, los primeros explotadores, no solo debieron instaurar la propiedad privada sobre los medios de producción (la tierra, los granos, el ganado, las fuentes de agua y los sistemas de regadío, etc), para así explotar al grueso del clan o la tribu, sino que para acumular y perpetuar sus riquezas, además debieron garantizarse el derecho de herencia, instaurando la monogamia compulsiva, derrocando el derecho materno e imponiendo a las mujeres la condición social y política de inferioridad sobre los hombres, incluso hasta el punto de ser concebidas como parte de su propiedad. El patriarca explotador y dominante debía asegurarse heredar sus riquezas a sus hijos consanguíneos y para ello debía someter a la mujer. De manera que donde hay un sector social que vive del trabajo ajeno, cimentado sobre la propiedad privada, existe también el patriarcado. Esto denota la unidad dialéctica entre las relaciones de explotación y las de opresión.

Como lo indica el documento presentado por la dirección de la Liga Internacional de las y los Trabajadores en su pasado IX Congreso Mundial, con el enorme desarrollo de las fuerzas productivas que inaugura el capitalismo en su fase de ascenso, en virtud de los incesantes adelantos de la ciencia y de la técnica que le acompañan, se configuran las bases materiales que brindan la posibilidad de superar las desigualdades y lacras sociales, entre ellas la opresión a la mujer. Al mismo tiempo, en distintos grados y de acuerdo a las necesidades cambiantes de la acumulación de capital, por primera vez en la historia, las mujeres son incorporadas en masa al mercado de trabajo, y así salen parcialmente de la esfera cerrada de la familia nuclear y la esclavitud doméstica, abriendo el cauce para su organización y conciencia.

Pero el capitalismo es un sistema terriblemente contradictorio, con tendencias cada vez más destructivas, en el marco de la decadencia imperialista. La lógica de hierro del capitalismo es simple: obtener la mayor ganancia posible para los capitalistas. De manera que: “Los grandes avances del capitalismo en la producción de riquezas, en el desarrollo de la ciencia y la técnica, que podrían llevar a la emancipación total de las mujeres y acabar con todas las desigualdades, están al servicio de una minoría” de grandes capitalistas y trasnacionales que concentran cada vez más los enormes recursos, que son fruto de la producción social. Así las cosas, paradójicamente, la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, implica más bien nuevas y más pesadas cadenas sobre las mujeres trabajadoras, sometidas a una explotación cada vez más brutal como asalariadas, siendo los contingentes más mal pagados y sometidos a condiciones de trabajo deplorables en todo el orbe, al mismo tiempo que siguen atadas a la esclavitud del trabajo doméstico impago.

2) Situación de la mujer trabajadora :

En la mayoría de países del mundo, las mujeres constituimos el 50% de la clase trabajadora; y con el neoliberalismo que amplía la oferta de trabajos precarios, mal pagados y tercerizados, así como el trabajo informal o por cuenta propia, se desarrolla un aumento vertiginoso en el número de mujeres dentro de los sectores más oprimidos de la clase obrera.

Según la Organización Internacional del Trabajo (Tendencias mundiales del empleo entre las mujeres, 2008) a pesar de que en la última década ingresaron 200 millones de mujeres al mercado laboral mundial, éstas están más expuestas que los hombres a ocupar los trabajos de baja productividad, con bajos salarios, sin protección social, sin derechos laborales y altamente vulnerables al desempleo.

Por cada 100 hombres hay 70 mujeres económicamente activas, concentradas principalmente en el sector de servicios.
Con la llamada “globalización” y los Tratados de Libre Comercio, los países imperialistas pasaron a disponer de una vasta reserva de mano de obra que se extiende desde la India y Pakistán, hacia Africa, el sur de Europa, todo el Caribe, América Latina. Se integraron trabajadores de estos países como sector muy explotado, al igual que los portorriqueños, mexicanos y negros en USA. Además, la porción femenina de la población se volvió la principal reserva de trabajo.
Según Braverman (Trabajo y Capital monopolista. La degradación del trabajo en el siglo XX. Capitulo 5, citado en el documento presentado por la dirección de la Liga Internacional de las y los Trabajadores en su pasado IX Congreso Mundial), de toda la clase trabajadora, el sector laboral que crece más rápidamente es el de mujeres, que se constituye como una reserva ideal de trabajo, para los nuevos oficios masivos, con las escalas salariales más bajas.
Al mismo tiempo, las mujeres también se ubican dentro de la masa de desempleo, que conforma el ejército industrial de reserva o población excedente relativa, junto con los inmigrantes y la población negra. Con frecuencia la mujer oscila entre el desempleo y los puestos de trabajo irregulares, precarios, eventuales y marginales.
En esa condición, se constituyen en una fuerza de trabajo disponible y elástica, que entra y sale del mercado laboral, según los intereses del capital. Como forman parte de los sectores más mal pagados, sus condiciones de vida están por debajo del nivel normal de la clase trabajadora (por ello se habla de feminización de la pobreza). Según la ONU, el 70% de los pobres del mundo son mujeres.
Salarialmente la desigualdad es muy evidente: el empleo mejor remunerado se concentra entre los técnicos hombres y las mujeres ocupan los puestos más mal remunerados. Los peor remunerados son a su vez, los empleos que más crecen (en servicios, comercio y empleo doméstico), ocupados principalmente por mujeres, negros, inmigrantes y la población más joven.
QUE CONCLUSION SACAMOS DE ESTO:
La opresión contra la mujer, sirve al capital para aumentar la tasa de ganancia sobre el trabajo femenino, de dos formas:
a) En la producción social, porque mantiene la desigualdad salarial, y con eso extrae una tasa extra de plusvalía sobre el trabajo femenino, ya que la tasa salarial queda por debajo de la media en una enorme gama de ramas de la producción. Y mantiene a la mujer como parte del ejército industrial de reserva, sometida al desempleo latente (si necesitan reducir empleos, se despiden primero a las mujeres, quienes regresan al trabajo doméstico)
b) En el trabajo doméstico impago, donde la mujer garantiza la reproducción de la fuerza de trabajo sin necesidad de realizar inversión de capital.
En consecuencia, la inmensa porción de la clase trabajadora constituida por las mujeres, al estar en una situación de doble de explotación y opresión (en virtud de su clase y su género), funciona para el capitalismo como mano de obra descartable, no calificada y precaria, dividida entre la esclavitud doméstica en la casa y la explotación del capital como asalariada de segunda categoría.  
3) La crisis de la familia nuclear capitalista y el creciente número de mujeres cabezas de hogar
El capitalismo promueve el modelo de la familia nuclear con el padre, como proveedor y jefe de hogar, la madre, subordinada como esposa y “ama de casa”, y las hijas y los hijos sometidos a la autoridad de ambos progenitores. Esta es para el capitalismo la unidad básica económico-social, apta para garantizar de forma más segura y rentable la reproducción de la fuerza de trabajo, y al mismo tiempo la reproducción de la ideología dominante. No es casual que la derecha y los fundamentalistas religiosos, hagan tanta idolatría de la familia nuclear, por lo que se oponen rabiosamente a todo lo que sea diferente al “sagrado” matrimonio monógamo y pegan el grito en el cielo contra toda forma de organización familiar que lo cuestione, por ejemplo, rechazan las uniones civiles de parejas del mismo sexo. Los conservadores saben que el sistema patriarcal capitalista se cimienta y fortalece en la discriminación y el sexismo, y que la familia nuclear, que es base esencial para mantener el sistema, se ve cuestionada con la existencia y los derechos de otras formas de unión.
Sin embargo, todas las hipócritas apelaciones a los valores familiares que esgrime la derecha no pueden ocultar la creciente desintegración de la familia nuclear capitalista, que paradójicamente obedece, por un lado, a la pauperización de las grandes masas, la intensificación de los ritmos de trabajo en la producción capitalista, las migraciones y la acelerada feminización de la fuerza de trabajo, y por otro lado, se potencia por la acción conciente y organizada del movimiento feminista y lésbico-gay que lucha por la libertad y el derecho a decidir de las mujeres y las personas con diversas orientaciones sexuales.
Hay que destacar además que en los hogares más pobres, especialmente en América Latina y los países periféricos, es muy significativo el número de madres que viven en contextos familiares, en los que asumen solas la crianza de las y los hijos. “Se estima que hoy en día un tercio de los hogares del mundo están encabezados por mujeres. En las áreas urbanas, especialmente en América Latina y parte de África, la cifra alcanza el 50% o más. En las áreas rurales donde tradicionalmente se producen migraciones masculinas, la cifra tiene a ser muy alta, mientras que en los campos de refugiados de África y América Central, ésta es cercana al 80 o 90 %”
Es un mito entonces que pervive la tradicional familia nuclear, pero hay que agregar que, incluso en las familias en las que la mujer tiene como pareja a un hombre, con frecuencia no es el proveedor exclusivo, no es el único que aporta ingresos a la familia, sino que la mujer trabajadora, ya sea como asalariada o trabajadora en el mercado informal, aporta ingresos, incluso en ocasiones en mayor proporción que lo hace el hombre.
Sin embargo como el patriarcado y el machismo se mantienen intactos, se hace más brutal la violencia contra las mujeres y más pesado el fardo de explotación y opresión que debe cargar sobre sus espaldas.
4) El triple rol de la mujer en los hogares pobres del Tercer Mundo
En este apartado nos interesa subrayar otras peculiaridades de la mujer en los hogares pobres de los países periféricos o del Tercer Mundo, especialmente en los que la mujer es cabeza de familia. Además del rol reproductivo (trabajo doméstico y todo lo asociado a la maternidad y crianza de las y los hijos) y el rol productivo (trabajo asalariado o informal), Caroline O. N. Moser destaca que la mujer en los hogares y comunidades pobres cumple el rol de gestora comunal (voluntaria e igualmente no remunerada). Sobre este último rol, la autora citada nos indica: “Las mujeres en su rol de esposas y madres, luchan para organizar sus vecindarios (…) las mujeres no son sólo quienes más sufren, sino quienes deben asumir la responsabilidad de la distribución de los escasos recursos para asegurar la supervivencia de su hogar. Cuando existe una confrontación abierta entre las organizaciones comunales y las autoridades locales para presionar directamente al Estado o a las organizaciones no gubernamentales (ONG) por infraestructura o servicios, nuevamente son las mujeres quienes, como extensión de su rol doméstico, asumen frecuentemente la responsabilidad principal para la formación, organización y éxito de los grupos de protesta a nivel local” 
Toda estrategia de organización y lucha en esos contextos, debe comprender esta dinámica. No reconocer este triple rol de las mujeres pobres, “…ignora el hecho de que ellas, a diferencia de los hombres, están severamente limitadas por la carga que significa mantener el equilibrio entre estos roles de reproductoras, productoras y gestoras comunales. Además en virtud de su valor de cambio, sólo el trabajo productivo se reconoce como tal. El trabajo reproductivo y de gestión comunal, al ser considerados `naturales` y no productivos, no son valorizados. Esto tiene serias consecuencias para las mujeres. Significa que la mayor parte, sino todo, del trabajo que realizan es invisible y no reconocido como trabajo”
Esta pesada opresión que se agudiza en las mujeres pobres del Tercer Mundo, no obstante, desde una perspectiva dialéctica, a la vez encierra el potencial para promover el liderazgo revolucionario en la vía de su emancipación.
5) El liderazgo de la mujer trabajadora es decisivo para el movimiento revolucionario
Para nosotros/as, en la mujer pobre y trabajadora se encuentra la posibilidad de desarrollar a los batallones más decididos y abnegados en la lucha, en virtud de la doble, triple y hasta cuádruple opresión de la que somos objeto. Por ejemplo, una mujer, si además es obrera, indígena o inmigrante y lesbiana, está sometida a cuádruple opresión, y por lo tanto, si eleva su conciencia y se organiza, tenderá a ser la más aguerrida revolucionaria.

Sin embargo esto no ocurrirá de manera espontánea, porque las mujeres trabajadores y pobres viven disgregadas y alienadas, sin acceso a una educación liberadora, por el embate del patriarcado, por la asfixia que les impone la rutina familiar y la explotación en la empresa Es indispensable el papel del Partido revolucionario, que de manera sistemática, intervenga para educar y organizar a las mujeres trabajadoras y dotarlas de un programa revolucionario consecuente.
Pero esto no sólo hay que decirlo “como un saludo a la bandera”, el partido revolucionario debe todos los días, conciente y concretamente, tomar medidas para estimular y promover el liderazgo de las mujeres tanto en el movimiento de masas, como al interior del propio partido, combatiendo sistemáticamente el machismo, la lesbofobia, la homofobia y la discriminación racial.
Como somos materialistas, ello exige una acción afirmativa: procurar condiciones y recursos concretos, tales como medidas para colaborar y acompañar el cuido de las y los niños, para aliviar la esclavitud doméstica de la mujer trabajadora, por ejemplo, y garantizarle el tiempo libre para formarse y empoderarse.

6) Los distintos enfoques y debates sobre la cuestión de la mujer:

Desde nuestra ubicación en la clase obrera, y partiendo de que la lucha de clases es el motor de la historia, como trotskistas leninistas entendemos que la clase obrera para triunfar a escala nacional y mundial, precisa combatir la ideología machista que impone el patriarcado, para unir a todos los sectores de su clase y a la vez convertirse en el caudillo de todos los sectores oprimidos, para impulsar la movilización permanente hasta la revolución socialista.

Desde esa perspectiva, el movimiento de las mujeres, particularmente de las mujeres trabajadoras, y de las personas con opciones sexuales diversas al molde heterosexual patriarcal, constituyen hoy movimientos sociales sumamente vastos que se enfrentan objetivamente al sistema, aun cuando sus direcciones mayoritarias, burguesas, pequeñoburguesas y burocráticas, reformistas o directamente reaccionarias, se esmeren por segmentar a esa población y separarla de la lucha y el programa de la clase obrera.  
6.1) El feminismo burgués y pequeñoburgués

Ciertamente el movimiento feminista es bastante heterogéneo, contiene muchas posturas a su interior: desde las que no cuestionan al capitalismo, porque consideran que basta con alcanzar más derechos políticos para las mujeres, hasta la marxista que plantea que la liberación de la mujer sólo se alcanza con la destrucción del sistema capitalista. No obstante, dentro de las que nos reivindicamos marxistas, hay corrientes oportunistas y también conservadoras.

El feminismo burgués y pequeñoburgués cunde entre las academias universitarias, las ONG y las burocracias, quienes ven la cuestión de género en sí misma, y sin consideración del sistema, por lo que basta con luchar por el reconocimiento de derechos para garantizar la igualdad entre mujeres y hombres.
Algunos sectores pequeñoburgueses y burgueses del movimiento feminista tienen un profundo desprecio hacia las organizaciones de trabajadores y trabajadoras, hacia los partidos de izquierda, y cualquier posición política es calificada de patriarcal, lo que por supuesto es absolutamente retrogrado.

Por otro lado, estamos las y los que consideramos que sin emancipación de la mujer no hay revolución socialista posible y viceversa: sin revolución socialista no es posible la emancipación de la mujer y la destrucción el patriarcado.

6.2) La política oportunista de disolverse en frentes amplios policlasistas

Tampoco coincidimos con las y los que desde la izquierda consideran que nuestras tareas en este campo deben ser disolvernos en frentes amplios o movimientos feministas policlasistas., porque si bien rechazamos a las corrientes de izquierda que no valoran y que consecuentemente no asumen la lucha contra la opresión de las mujeres y la población gay-lésbica, como una lucha contra una opresión específica y un aspecto medular de nuestro programa, tampoco acordamos con las posiciones oportunistas desde la izquierda que olvidan el eje de clase, y borran las fronteras entre mujeres y movimientos burgueses y pequeñoburgueses por un lado, y el movimiento independiente de las mujeres trabajadoras. Nuestro feminismo socialista se centra ante todo en la lucha por organizar y desarrollar el liderazgo decisivo de la mujer trabajadora, al servicio de la liberación social del conjunto de la humanidad.
6.3) Una visión sesgada de “izquierda” sobre la cuestión de la mujer

Por otra parte es preciso apuntar que, si bien un sector muy importante de la izquierda reconoce la importancia de acabar con el capitalismo para acabar con el patriarcado, existe el grave temor de aparecer excesivamente “feministas”, y en consecuencia, poco clasistas.

En consecuencia, se cae en el grave error de concepción, de tomar la cuestión de género como una reivindicación democrática más. Creyendo que ese no es un problema fundamental y de primer orden en la lucha de clases. En consecuencia, se simplifica y vulgariza la cuestión, reduciéndola a que toda opresión que el capitalismo genera, incluida la de la mujer, desaparece de golpe y porrazo cuando desaparezca el capitalismo. Esto no significa que este sector de la izquierda no le da importancia a la lucha por la equiparación salarial entre hombres y mujeres o por la legalización del aborto, sino que se consideran reivindicaciones limitadas, no fundamentales de la lucha de clases. Esta postura al negar que el patriarcado constituye una opresión específica, niega, de manera antimarxista, la base material sobre el que se erige. En consecuencia tiende a considerar secundarias las reivindicaciones de la mujer.
7. El movimiento de Lesbianas, Gays, Transexuales, Transgéneros, Bisexuales, Intersexo, etc.

Por otra parte, hay que subrayar que opera de la misma forma opera la opresión contra otras opciones sexuales que se apartan del molde de la familia nuclear y socavan la heterosexualidad compulsiva, ya que éstas atentan contra la dominación del patriarcado, funcional al capitalismo, en el que la mujer es esclava doméstica, objeto sexual y máquina reproductiva, sometida al patriarca, los hijos e hijas a los padres, y las lesbianas y homosexuales son obligadas y obligados a vivir “en el armario”, negando u ocultando su sexualidad y sus afectos.

Al igual que apoyamos reformas legales como el derecho al aborto, la protección a la mujer en unión de hecho, a la mujer embarazada y en período de lactancia, la protección contra el hostigamiento sexual y la penalización de la violencia doméstica, las feministas socialistas apoyamos plenamente las reivindicaciones del movimiento lésbico-gay para garantizar la unión civil de parejas del mismo sexo, incluyendo los mismos derechos sociales y civiles que se le otorgan a las parejas heterosexuales, así como el pleno derecho a la convivencia, crianza y adopción de hijas e hijos. Así como luchamos por el derecho de la mujer a decidir sobre su propio cuerpo y sobre su maternidad, las lesbianas, los homosexuales, bisexuales, transgéneros, transexuales, intersexo, etc., tienen el derecho de ejercer libremente y sin prejuicios su orientación sexual y su afectividad.

Las feministas socialistas apoyamos plenamente las luchas del movimiento lésbico-gay, pero al mismo tiempo, advertimos que la opresión contra las minorías sexuales, no se extinguirá solamente con reformas legales, que para eso se hace necesaria la organización y la acción que entrelace la lucha por la igualdad y contra la discriminación, con la derrota del sistema capitalista. Gays, lesbianas, bisexuales, transgéneros, transexuales y mujeres trabajadoras heterosexuales, tenemos el mismo enemigo común: el sistema capitalista patriarcal.

Mientras exista patriarcado, y mientras exista sistema capitalista, ni la liberación de la mujer ni la de las minorías sexuales será posible. Por ello insistimos en que la unidad de todos los y las oprimidas, junto a la clase trabajadora que lucha contra la explotación capitalista, marca el camino y es la estrategia para la emancipación definitiva.

8) A modo de conclusión

En conclusión, reafirmamos la premisa de que el capitalismo, se alimenta con el patriarcado, de tal forma que ambos desarrollan una relación de mutua conveniencia. Como género, las mujeres realizamos una serie de tareas domésticas que, aunque no entran dentro de la esfera de la producción de mercancías, le son indispensables al capitalismo. Así pues, si llegáramos a abolir el trabajo doméstico impago y la opresión de la mujer que acompaña a la familia nuclear, se cae un cimiento central del capitalismo, conspirando directamente contra la acumulación de capital y la sostenibilidad de su tasa de ganancia.

Por ello, es fundamental tener claro que la emancipación de la mujer no es una lucha democrática más, sino que para alcanzarla debe darse un cambio estructural, que toca las relaciones sociales de producción, porque nuestra lucha es simultáneamente por terminar con todo tipo de explotación: - con la existencia de una clase parásita que vive del trabajo de la mayoría, y – por terminar con la opresión del género masculino sobre el género femenino- que es coadyuvante central del sistema de explotación. De manera que en lugar de ver por separado la opresión de la explotación hay que captar su profunda interpenetración, y en ese sentido, el machismo no es simplemente una cuestión cultural o ideológica abstracta, sino que se asienta materialmente en el patriarcado, que es un componente central que fortalece la dominación de clase. Consecuentemente la emancipación de la mujer no es una mera reivindicación democrática, ni un problema estrictamente cultural, sino una condición necesaria para avanzar hacia la revolución socialista. En resumen: sin socialismo no hay feminismo que valga, pero también sin feminismo no se puede alcanzar el verdadero socialismo.