lunes, 17 de octubre de 2011

La crisis de las deudas

Escrito por Felipe Alegría

Cerramos este artículo en plena convulsión financiera, que refleja un fuerte recrudecimiento de la crisis económica mundial. El 8 de agosto, las bolsas mundiales se desplomaron, “evaporándose” en un día 2,5 billones de dólares, que afectaron especialmente a los títulos de los bancos. En agosto, los principales bancos de la zona euro han perdido entre el 20% y el 30% de su cotización bursátil. La gran banca revive las escenas de pánico de cuando se hundió Lehman Brothers. La deuda pública norteamericana perdió la máxima calificación crediticia, en medio de una aguda crisis política en Washington. Todos los datos apuntan a que la renqueante recuperación de la economía mundial se estanca, amenazando con una recesión general. En Europa, la crisis de la deuda se ha acelerado al punto que el fantasma de la quiebra ha alcanzado ya a España, Bélgica e Italia (el 30% de la economía de la zona euro) y ha comenzado a contagiar a Francia, la segunda economía europea.

La crisis de la deuda soberana

Efectivamente, la crisis de la deuda soberana europea está desbocada y amenaza seriamente la supervivencia de la zona euro y de la propia Unión Europea (UE). Esta crisis forma parte central de la crisis capitalista mundial. En realidad, es ahora su eslabón más débil.

El origen más inmediato de la crisis de la deuda hay que buscarlo en el estallido de la enorme burbuja que, en 2007, puso abrupto final a años de desenfrenada especulación financiera mundial. El estallido puso al sistema financiero global a un paso del abismo y a la economía al borde de una nueva “Gran Depresión”. Los gobiernos imperialistas lanzaron entonces una operación masiva, inédita históricamente, de salvamento de los banqueros, comprometiendo enormes sumas de fondos públicos, que superaron el 20% del PIB mundial.

Con ello, consiguieron impedir el hundimiento, ganar tiempo y que la situación no se les fuera de las manos. Lo que no lograron fue revertir la crisis. Para conseguirlo, el capitalismo no ha inventado más solución que la destrucción masiva de capitales, el paro masivo y el desmantelamiento del nivel de vida y los derechos de los trabajadores. Sólo así puede recuperar las tasas de ganancia que le permitan abrir un nuevo ciclo histórico de crecimiento.

La intervención de los Estados dio paso, sin embargo, a una nueva fase de la crisis: la de la deuda pública, que afecta en particular a los grandes países imperialistas, EEUU (con un tercio del total mundial), Europa y Japón. Se concentra con mucha virulencia en Europa, en especial en su periferia.

La situación europea

No es casualidad que la crisis de la deuda se concentre en la zona euro, La Unión Monetaria Europea surgió sobre la base de la hegemonía del capitalismo alemán, en tándem con el capitalismo francés (principal socio y competidor). Pero la zona euro agrupa en su seno, además, a países de la periferia europea económicamente mucho más débiles y subordinados comercial y financieramente. El euro no es la moneda de un Estado único sino la divisa de una asociación de Estados tremendamente desiguales entre sí, con sus propios intereses, prioridades y presupuestos. El presupuesto europeo no llega siquiera al 2% del PIB de la UE.

En estas condiciones, la moneda única constituyó un instrumento privilegiado del capitalismo alemán y francés para reforzar su dominio europeo. La periferia del euro se afianzó como un gran mercado de exportación de sus multinacionales y como destino de enormes inversiones financieras de sus bancos, que sirvieron para sostener los grandes déficits comerciales, inflar la burbuja inmobiliaria (España o Irlanda) e incluso para facilitar las inversiones de las multinacionales españolas en Latinoamérica.

El papel de Alemania

El euro ha sido decisivo para consolidar a Alemania como la gran potencia europea. Esto ha ido vinculado a su reafirmación como gran economía exportadora, en un proceso paralelo a una fuerte degradación de su mercado laboral y su situación social. Los salarios reales están estancados a nivel de 1991 y al paro oficial (7,6% o 2,9 millones de personas) hay que añadirle más de 5 millones de trabajadores que reciben asistencia social porque no llegan a fin de mes con sus salarios, 1,2 millones de trabajadores temporales subcontratados con sueldos reducidos a la mitad y ramas enteras, como seguridad y limpieza, relegadas a “salarios basura”. Alemania exporta más del 40% de su producción de automóviles y máquinas herramienta y entre el 50% y 60% en la industria electrónica y farmacéutica. El 60% de la exportación se destina a la UE, con cuyos países se ha multiplicado por cinco su superávit comercial desde el euro. En los últimos cuatro años, el descenso de las exportaciones a la periferia europea, debido a los planes de austeridad, ha sido compensado con ventas a China, que se han doblado. La fortaleza exportadora alemana es también una gran debilidad, ya que una recesión internacional, en especial si afecta a China, tendría enormes efectos en el país.

La espiral de la deuda

Las multinacionales alemanas y francesas, y sus grandes bancos, hicieron un negocio extraordinario con la periferia del euro durante los años de las vacas gordas. Parecía que los grandes déficits comerciales y la burbuja del endeudamiento privado no tenían límite. Todo iba bien mientras la bicicleta siguiera moviéndose… hasta que estalló la gran burbuja en 2007, vino el salvamento estatal masivo de los bancos y apareció el problema de la deuda pública (mientras la masa de deuda privada permanecía). La fiesta se había acabado dramáticamente.

Para financiar la deuda soberana de los Estados, el Banco Central Europeo (BCE), desde hace tres años, ha estado prestando ilimitadamente dinero al 1 o 1,5% de interés a los mismos grandes bancos “rescatados” para que éstos, a su vez lo prestaran a los países periféricos a tipos de interés mucho más altos. Entonces, comenzaron los primeros planes de ajuste con los que los gobiernos robaban al pueblo para pagar a los bancos acreedores. En este proceso, los países periféricos de la zona euro se han encontrado atados de pies y manos, sin ninguna independencia para actuar. No podían recurrir al procedimiento tradicional de devaluar la moneda, atacar los salarios y aumentar las exportaciones. Ahora dependían de las decisiones del BCE y de Alemania, y la receta única era la “austeridad”, mientras la deuda se volvía cada vez mayor, hasta imposibilitar su reembolso.

Los "planes de rescate"

Esto es lo que sucedió con los países más débiles. Y cuando ya no podían pagar, “los mercados” no le prestaban más y era inminente la suspensión de pagos, aparecieron los “planes de rescate”, que agravaron mucho más el problema, Ahora, quien otorga los nuevos préstamos son directamente la UE y el FMI. Es la “troika” (la Comisión Europea, el BCE y el FMI) la que impone directamente los draconianos planes de ajuste que sangran salvajemente a los trabajadores y a las clases medias, y hacen retroceder décadas la economía. Así ganan tiempo y garantizan el cobro y las ganancias de los bancos, mientras éstos se van desembarazando de sus títulos de deuda periférica y traspasándolos a los gobiernos, a través de las instituciones europeas y el FMI.

Tuvimos el primer plan de “rescate” griego en mayo de 2010. En octubre, fue Irlanda quien se incorporó al club de los “rescatados” y, más recientemente, junio de 2011, Portugal. Estos planes, lejos de ser una “ayuda”, son sogas para que los países se ahorquen. Su esencia es el saqueo. Por esto mismo, son planes destinados al fracaso.

El segundo "rescate" de Grecia

Un año después de su primer “rescate”, Grecia, brutalmente golpeada, no podía asegurar los pagos del mes de julio y sólo le faltaba declararse en quiebra. Todos los créditos del primer “rescate” habían ido a pagar préstamos anteriores, y cuanto más devolvía más dinero debía. Esta vez, a diferencia del momento del primer rescate, el “contagio” (expresado en la “prima de riesgo”: la diferencia entre el tipo de interés de la deuda del país y la alemana), no sólo afectó a Portugal e Irlanda, sino que tocó de lleno España y, por primera vez, Italia, uniendo los destinos de la deuda de estos dos Estados y colocando al conjunto de la zona euro ante una gravísima crisis.

Durante tres tensas semanas, los gobiernos y las instituciones de la UE se han enfrentado públicamente sobre el “rescate” griego y la crisis de la deuda, hasta que llegaron a un pacto, el 21 de julio. Donde no tuvieron diferencias, fue a la hora de exigir al parlamento griego que aprobara (enfrentándose al repudio masivo y a una oleada de protestas salvajemente reprimida) el nuevo plan de ajuste, con nuevos recortes de derechos económicos y sociales, de empleos públicos, más aumentos de impuestos y un programa de privatizaciones masivas. Un plan que diarios griegos calificaron de “conmoción y terror” y que el Financial Times definía como “provocación política y vandalismo económico”.

La “latinoamericanización” de la periferia europea

Antes de entrar estos acuerdos, es preciso valorar el significado profundo del plan de la “troika” para Grecia, el lugar donde más lejos han llegado y donde podemos entrever el futuro que cocinan ya para Portugal o Irlanda. En vísperas de su segundo “rescate”, Grecia dedica 29% de sus ingresos públicos al pago de intereses. Si le añadimos el reembolso de la deuda, esta cifra supera 50%. Sin embargo, su deuda cada vez es mayor, mientras la fuga de capitales hacia Suiza prosigue sin freno. La situación griega es como si hubiera sido devastada por una guerra. El precio del “rescate” supera el de las indemnizaciones de guerra a las que fue sometida Alemania en el Tratado de Versalles, tras perder la I Guerra Mundial. Barrios enteros de Atenas se encuentran en situación de emergencia sanitaria y la esperanza de vida comienza a bajar. Asistimos a un empobrecimiento súbito del pueblo, los trabajadores y las clases medias de Grecia. Ahora, para culminar el saqueo, viene la operación estrella del segundo “rescate”: la apropiación masiva de lo que resta del patrimonio nacional (infraestructuras de turismo, puertos, aeropuertos, telecomunicaciones, correos, energía, ferrocarriles, compañías de aguas, bancos, loterías…). A precios de saldo (el valor actual de las acciones es 30% del de 2009) y en beneficio de los mismos bancos y multinacionales que han arruinado al país, en especial alemanes y franceses.

Grecia está siendo sometida a un acelerado proceso de “latinoamericanización”. De ocupar un lugar como un país subimperialista (imperialismo de tercera división), dentro del imperialismo europeo, está siendo convertido en un país semicolonial directamente gobernado por la “troika”, donde la soberanía nacional ha desaparecido. La “troika” ha forzado a Grecia a renunciar a los “derechos de inmunidad”, que históricamente han impedido a los acreedores expropiar activos de un Estado insolvente. El presidente del Eurogrupo, Juncker ha declarado a la revista alemana Focus: “la soberanía de los griegos se verá limitada de forma masiva”. La aplicación del plan de austeridad y el programa de privatizaciones está bajo control directo de la “troika”. La propia recaudación fiscal griega será privatizada, según ha declarado “Jeffrey” Papandreu.

No es, pues, casual que los manifestantes griegos comparen su situación con Argentina 2001 y escriban en sus pancartas: “Tendremos una noche mágica como en Argentina: ¿quién será el primero en marchar en helicóptero?”. Estamos ante un problema, además, que no se limita a Grecia sino que alcanza ya a países como Irlanda y Portugal. El asesor de la Comisión Europea, Paul de Grauwe, escribía: “Algunos países europeos se han visto degradados al estatus de economías emergentes”. La prensa portuguesa denuncia que estos meses bajo intervención internacional, Portugal ha funcionado como un protectorado del FMI y la UE. El Diário de Notícias señalado que Poul Thomsen, del FMI, es "el verdadero ministro de Finanzas" de Portugal. Estamos en medio de una batalla crucial, de dimensión europea y global, que está aún por decidirse y cuyas repercusiones económicas y políticas son decisivas.

La “participación" de la banca en el rescate.

Volviendo al acuerdo europeo del 21 de julio, tiene un primera parte dedicada al "rescate" griego , que incluye un nuevo préstamo de la UE y el FMI (con intereses más bajos y plazos más largos) y la llamada "contribución voluntaria" de los grandes bancos y aseguradoras, que ha sido objeto de una crispada polémica pública.

La polémica responde al pánico que provoca la fragilidad del sistema bancario. Sin embargo, tiene un componente marcadamente obsceno porque, como explicó algún analista, ha sido también “una comedia negra de enredos y simulaciones” donde “nada es lo que parece y ninguno de los protagonistas dice lo que piensa o habla de lo que hace”[1]. La verdad es que Sarkozy y, sobre todo, Merkel se encontraban con grandes dificultades políticas para aprobar una nueva “ayuda” a Grecia si no la justificaban con el discurso de que los "bancos también debían pagar su parte". Pero la “aportación privada” ha sido, ante todo, una cínica operación cosmética.

De hecho, “mientras se hablaba públicamente en esos términos, el primer banco alemán, el Deutsche Bank –presidido por el poderoso Joseph Ackerman, el gran asesor financiero del Gobierno Merkel– y el banco francés BNP ejercían de arquitectos del nuevo esquema de ayuda. (…) Por eso el plan implica más alivio para la banca acreedora -un afán que late tras los actos de la troika comunitaria- que solución para la enorme deuda del afligido pueblo griego. De cada 100 euros de deuda que le renueve la banca, Grecia verá sólo 50; los otros 50 servirán para financiar la operación y para que la banca no registre pérdidas, deshaciéndose veladamente de parte de los bonos griegos. Además, gozarán de la garantía pública europea. Merkel y Sarkozy han debido sortear el enfado de sus compatriotas echando mano del discurso de que querían castigar a los acreedores privados, pero no han ido más allá de las palabras. Los acreedores, algunos de los cuales compraron deuda griega con rendimientos del 25%, reciben más garantías y ganan más dinero. Los otros fondos del programa de rescate, hasta los 110.000 millones de euros, serán aportados por la eurozona y el FMI y servirán, como ya ha ocurrido parcialmente con el primer plan de rescate, para que la deuda pase desde el activo de los balances de bancos y fondos de inversión al pasivo de las cuentas públicas.”[2]

En realidad, a las autoridades europeas y al FMI jamás se les pasó por la cabeza la posibilidad de una “quita” de la deuda griega como la que los expertos consideraban obligatoria (entre un 50% y un 70%) para asegurar que el país no colapsara. La razón es que una “quita” así podía tener gravísimas consecuencias para el sistema financiero europeo y mundial. Significaría, en primer lugar, la huida de miles de millones de depósitos de los bancos griegos y su quiebra cierta. Bancos acreedores como Commerzbank, BNP, Dexia, ING, UniCredito o RBS, con cantidades importantes en deuda griega, tendrían que ser “recapitalizados” y algunos de ellos “rescatados” por el Estado. Se desencadenaría asimismo una liquidación masiva de los llamados “credit default swaps" (conocidos como CDS, "derivados financieros" que aseguran contra impagos), que afectaría a los bancos de Wall Street y tendría efectos globales imprevisibles. Por último, habría que añadir la ola de contagio a Irlanda, Portugal, España e Italia. En dos palabras, la “quita” podría convertirse en un nuevo Lehman Brothers.

Por todo esto, la “quita” acordada en Bruselas apenas llegó al 10% de la deuda griega. Sin embargo, la sola mención a la “participación privada” en el “rescate” provocó pánico ante el temor a una virulenta reacción en cadena de los “mercados” y llevó a serios enfrentamientos entre el BCE, el FMI, Merkel y Sarkozy, que dedicaron dos semanas a buscar un apaño que mantuviera la crisis bajo control.

Otro punto clave fue la ampliación de competencias del llamado Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (MEEF), con el fin de que éste pueda intervenir de forma “preventiva” comprando deuda de España e Italia, antes de que estos países lleguen a las puertas de la quiebra y ya no haya marcha atrás. El problema es que esta decisión no se acompañó de la ampliación de fondos para hacerla posible y que se acordó asimismo que sólo intervendría en situaciones “excepcionales” y previo acuerdo de los 17 países del euro. Son condiciones que hacen que, ante una situación crítica, el Fondo sea inviable. El ministro de finanzas alemán, Schäuble, ya enfrió los ánimos al declarar que el MEEF “no es ningún cheque en blanco”.

¿Es posible evitar la quiebra de los PIG’s?

El pacto alcanzado en Bruselas fue presentado como solución definitiva a la crisis de la deuda griega y como un “avance histórico” de la UE. Pero el entusiasmo duró dos días. Al tercero, las “primas de riesgo” de España e Italia volvían a dispararse y el BCE, fuertemente dividido, se vio pronto obligado, contra la opinión alemana, a comprar deuda italiana y española para detener la carrera hacia la quiebra. Trichet, presidente del BCE, se justificó diciendo que “si el BCE no hubiera actuado… estaríamos ya en la peor crisis desde la I Guerra Mundial”.

El pacto de Bruselas es, ante todo, un plan de salvamento de los bancos que alarga la agonía de Grecia, permite culminar su saqueo y busca, una vez más, ganar tiempo. Tiempo para traspasar la cartera de títulos de deuda de los países periféricos en manos de la banca (sobre todo francesa y alemana) a manos del BCE, la UE y el FMI, y tiempo también para esperar un milagro imposible.

Es un consenso entre los analistas que Grecia, Irlanda y Portugal no van a poder hacer frente a sus compromisos y van a tener que declarar, tarde o temprano, la suspensión de pagos. Grecia no va a poder devolver la deuda por la sencilla razón de que es superior al 150% de su PIB (cada bebé nace con una deuda de 30.000 euros), porque se espera que la deuda llegue al 172% en 2012 y porque vive un brutal recesión (15 puntos en los tres últimos años). En Irlanda, el propio gobierno reconoce que será imposible pagar, algo evidente para un país que ha visto retroceder su economía más de un 20% desde 2009 y tiene una deuda público-privada 10 veces mayor que su PIB. Lo mismo va a ocurrir en Portugal, con una economía que ha sido sometida a un fuerte proceso de desindustrialización, lleva años estancada y ahora se encuentra en plena recesión (su PIB va a caer este año un 5%).

¿Y España e Italia?

Pero el problema no son ya Grecia, Irlanda y Portugal (6% de la zona euro). El problema es España e Italia (30%). Y ya no podemos hablar del “rescate” de estas economías, simplemente porque su tamaño lo hace imposible. La quiebra de ambos países equivaldría a la “implosión” del euro, haría entrar en quiebra a los grandes bancos europeos, provocaría un verdadero desplome del sistema financiero internacional y quebraría la UE, poniendo fin a décadas de “construcción europea”.

Italia y España están aquejadas de una fuerte crisis política y bajo la amenaza de rebaja de la calificación de su deuda por las agencias de rating. La economía española, con un desempleo que afecta 5 millones (21% de la población activa), no sólo está estancada, sino condenada a un estancamiento prologado por los planes de ajuste y por la sequía de crédito provocada por un sistema bancario que se aguanta sobre activos inmobiliarios ficticios y depende, en buena medida, de la financiación exterior, cada vez más cara y restrictiva conforme sube la prima de riesgo española. En esta situación, la deuda pública española está condenada a hacerse cada vez más grande, más cara y más difícil de devolver. En 2008, la deuda pública equivalía a 40% del PIB, este año será 68%. La deuda pública es, además, parte de un endeudamiento total (incluyendo bancos, empresas y familias) que alcanza casi 4 veces el PIB español, la mitad de la cual es deuda externa, en particular en manos francesas y alemanas.

Italia se ha convertido en la última “víctima de los mercados”. Lleva 10 años de estancamiento económico, ha ido perdiendo progresivamente cuotas de exportación y sufre también una gran fragilidad bancaria. Su endeudamiento público supera el 120% del PIB (tercera deuda del mundo tras EEUU y Japón). Sus perspectivas económicas son sombrías, como consecuencia de los drásticos planes de ajuste impuestos, con unas repercusiones en la deuda pública todavía más graves que las españolas.

Falsas esperanzas en los eurobonos

Algunos analistas piensan que lo mejor es “dejar caer” a los PIG’s (a los que dan por perdidos) y concentrarse en evitar la caída de la deuda española e italiana. "Hay dos escenarios: o el BCE asume su responsabilidad y protege a Italia y España, o todo esto se va a caer en pedazos”. El famoso George Soros defiende que para salvar al euro y evitar el caos hay que plantear la “salida ordenada” de Grecia y Portugal del euro y de la UE y que el resto de países sustituya sus deudas nacionales por eurobonos (títulos de deuda pública emitidos y garantizados en conjunto por todos los países del euro, en iguales condiciones para todos).

Algo parecido defiende la cúpula de la socialdemocracia europea y economistas neokeynesianos como Joseph Stiglitz. Han publicado un documento en la prensa europea, firmado por una decena de ex primeros ministros, donde se pronuncian, reivindicando a Roosevelt en la Gran Depresión, a favor de un “New Deal”, centrado en el “crecimiento”. Son partidarios, como Soros, de la emisión de eurobonos que sustituyan al 60% de la deuda de los países de la zona euro. Defienden también que, mientras esto no se materialice, el BCE y el Fondo de Estabilidad Financiera compren toda la deuda española e italiana que sea necesaria. Están asimismo por un reforzamiento sustancial del Banco Europeo de Inversiones (BEI) y por imponer controles a los credit default swaps.

Sin embargo, los gobiernos alemán y francés no están a favor y se oponen a los eurobonos por poderosas razones. La primera: el tipo de interés que pagarían por ellos sería superior al de sus actuales deudas nacionales y ello aumentaría notablemente sus costes. La segunda: verían debilitado su control sobre las economías periféricas. La tercera, no menos importante, en particular en el caso alemán, es la enorme crisis política que comportaría llevarla adelante.

Al mismo tiempo, la prolongación de la actual situación, donde la crisis de la deuda en cada país retroalimenta la del resto, lo que se combina con la posible ola recesiva internacional y con la parálisis política de la UE, hace pensar que, lo más probable, es que sean incapaces de evitar el estallido del euro, el desmembramiento de la UE y un agravamiento súbito de la crisis económica. En este contexto, la salida-expulsión de los países periféricos los va a colocar en escenarios dramáticos como el de Argentina 2001 (devaluación masiva, deuda multiplicada, corralitos, quiebras bancarias, ruina súbita de las clases medias, cierres masivos de empresas...), de verdadera catástrofe social, que sólo pueden ser enfrentadas con medidas anticapitalistas drásticas y la unidad de la clase trabajadora europea.

No hay solución sin romper con el euro y la UE

La socialdemocracia europea, ejecutora de estas políticas y planes de ajuste, y corresponsable de este engendro al servicio de banqueros y multinacionales que es la UE, nos dice ahora que la solución a la crisis europea son los eurobonos y unas cuantas medidas de política keynesiana. Sus propuestas no son sino un tímido complemento (inversiones del BEI) de los planes de ajuste, cuya "necesidad" comparten sin escrúpulos.

Esta gente no cuestiona la Europa del Capital ni los bancos y multinacionales que la manejan. Su defensa de los eurobonos no es sino un intento de salvar la zona euro y la UE, haciendo más "digeribles" la deuda española e italiana, con el objetivo de evitar su quiebra. Sin embargo, aunque se acaben emitiendo eurobonos, tampoco esto logrará el final de la crisis ni retornará nueva vida al euro, simplemente entraremos en una nueva fase de la crisis.

"Olvidan" que la primera condición para que los trabajadores y los sectores populares salgan de la crisis es precisamente el no pago de la deuda, algo que va de la mano de la ruptura con el euro y con la UE. Rechazamos frontalmente los planes de ajuste al servicio de los banqueros y defendemos un programa de rescate de los trabajadores y los pueblos, que comienza por la implantación de medidas de reparto del trabajo y que exige la expropiación de la banca y la nacionalización de los sectores estratégicos como base necesaria para reorganizar la economía al servicio de la gran mayoría. Esta lucha no es "nacional" sino europea y mundial. No puede triunfar si no es en el marco europeo, si no logra avanzar en la unidad de la clase trabajadora del continente y no abre el camino a una Europa socialista unida, basada en la democracia obrera. No hay otra alternativa histórica frente a la guerra social que ha declarado el capital para imponernos un retroceso de décadas, "latinoamericanizar" el nivel de vida europeo y convertir a los países de la periferia en semicolonias del capitalismo alemán y francés, amenazando en este proceso libertades y derechos democráticos. Es el momento de la revolución europea.

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